Nueva adaptación al cine de una obra de Frank Miller, 300 viene haciendo tanto ruido como los que emergen de sus combates. Como ya había ocurrido con Sin City (Robert Rodríguez, 2005), la película dirigida por Zack Snyder se propone como transposición fiel de la historieta, especie de story board, en un proceso supervisado por el historietista. Despertando polémicas, por su estética y por su contenido ideológico, 300 no parece dejar público indiferente, ¿Cómo abordar una película que produce tanto fascinación en sus imágenes como rechazo en su ideología?
Miller narra la historia de la batalla de las Termópilas, en la que 300 espartanos comandaron un reducido grupo griego para hacer frente a la invasión del inmenso ejército del imperio persa. El autor cuenta que quedó impresionado al ver de chico The 300 Spartans (Rudolph Maté, 1962), la epopeya de los espartanos que combaten hasta el final, aun con la derrota y la muerte inevitables. Y es esta fascinación por el heroísmo la que plasma en sus páginas, y que luego se traslada a la película. 300 es un film que se propone como veneración del héroe, de la valentía, pero alejándose del relato realista para meterse de lleno en el terreno mítico, en la leyenda, sino en la fantasía.
Queda claro desde las primeras imágenes que 300 se sitúa en un terreno fantástico, más allá de partir de un hecho histórico. Elaborada en gran parte con imágenes digitales, escenarios y cielos contribuyen a situar la acción en un marco irreal. Sensación que se confirma pronto, con la aparición del lobo, personaje de animación con más de monstruo mitológico que de lobo, y que será reafirmada luego con la aparición de otros personajes: el deforme Efialtes primero, el por demás enorme rey Jerjes después, y algún gigantesco y monstruoso enemigo por último, que parece escapado de Harry Potter. Esta sensación de fantasía, de irrealidad, se consigue también con una imagen altamente estilizada, que apela a otras estéticas, como la del videoclip y la publicitaria -difícil ver la imagen del rey Leónidas y sus hombres, de frente a cámara, bañados por una lluvia lateral, y no pensar en alguna conocida marca de indumentaria deportiva.
Esta inscripción en la fantasía afirma la idea de 300 como producto de entretenimiento, e imagen y narración lo acercan a otra de las formas audiovisuales contemporáneas, que en su evolución a su vez, se acercó cada vez más al cine: los videojuegos. Como si pasaran niveles, Leónidas (Gerard Butler) y los suyos, en base a destreza y estrategia, van enfrentándose a enemigos cada vez más poderosos, como el ya mentado gigantón. Una sucesión que con ritmo sostenido, consigue su propósito de entretener. Hay un regodeo en la violencia, con coreografías pensadas en sus más mínimos movimientos, que restan dramatismo, y que tiene que ver más con lo lúdico, algo que ya se veía en Sin City. En este sentido, los enfrentamientos por momentos dan más la idea de una contienda deportiva que de una sangrienta batalla.
Pero de una guerra se trata, y los espartanos, aparte de su valentía y su destreza, llevan sus proclamas. Sí, los guerreros se plantan en las Termópilas en defensa de la Libertad, como hombres libres, dicen los espartanos siguiendo a su rey, mientras sus esclavos trabajan por ellos. Hombres dispuestos a dar la vida por sus compañeros, sus amigos y, por supuesto, por sus familias y su terruño, de agradables trigales, por la patria en pocas palabras. Con un discurso a la medida de Bush, el fin justifica los medios, y a la "forma de vida" griega, la razón, la libertad y la democracia, se opone un tirano, con una horda de fanáticos dispuestos a inmolarse, de seres anónimos, sin rostro. Invirtiendo los hechos, los espartanos resisten, enarbolando el discurso que el imperio lleva en el mundo real. En los tiempos que corren (¿en alguno?) no hay entretenimiento inocente, por más que Snyder lo pretenda. Tratados como contemporáneos, no sirve la coartada de una idiosincrasia espartana. Héroes militares dispuestos a dar la vida por el ideal, enfrentan en casa las obstáculos de la civilidad, asociada a la pereza y la corrupción. Los políticos parecen estar ahí para poner trabas, y no dar el presupuesto que los heroicos muchachos necesitan, mientras estos arriesgan el pellejo por ellos, en escenas que agrega la película, que no están en la historieta. Así, envuelto en los mejores lujos visuales que permite la técnica, con los recursos del lenguaje audiovisual con el que creció el público de las últimas generaciones, se mete de contrabando, aunque sin esconderlo demasiado, el discurso de la recalcitrante derecha yanqui, en momentos en que mueren miles de iraquíes. Como un Caballo de Troya, o de Esparta.
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