martes, noviembre 07, 2006
El Ilusionista - La magia del cine
Tratándose de la historia de un mago, "la magia del cine" parece un título demasiado obvio para hablar de esta película, pero la idea se impone viendo El ilusionista (The illusionist, EE.UU., 2006), dirigida por Neil Burger. Es que así como la platea, en un teatro de Austria a principios del siglo XX, asiste asombrada a las proezas del ilusionista Eisenheim (Edward Norton), el espectador cinematográfico está puesto en una situación similar, esta vez ante los efectos especiales que completan la escena, gracias a la magia de la tecnología digital; maravilla tal que, como el público del film, comenzamos a preguntamos si Eisenhem es un dotado para su arte, o realmente tiene poderes sobrenaturales. Cuestión puesta de relieve cuando dentro de la historia es presentado un nuevo artefacto, que está surgiendo por esos años, tal vez causante de la ilusión, aventando sospechas, llamado cinematógrafo; es un guiño autoconsciente, claro, a la magia del cine, a la relación que se establece entre el espectador y el cine, entre quien está en la sala y la película, como un juego de duplicidades, de espejos, tan propios de los ilusionistas.
De regreso a Viena después de varios años, el ilusionista que ahora se hace llamar Eisenheim cautiva a la ciudad con su espectáculo. Al punto que asiste el heredero al trono, Leopold, y su prometida Sophie, que no es otra que el viejo amor de adolescencia del mago. El inspector de policía Uhl, un aficionado a los trucos, deberá vigilar que el viejo amor no se renueve. Por supuesto, la destreza del artista tiene ahora un nuevo desafío, que deberá enfrentar ante la mirada más que atenta de Uhl (Paul Giamatti). Con una trama bien construida, donde funciona la intriga y siempre consigue entretener, la tensión se va elevando a medida que la situación de los viejos amantes se complica, y Eisenheim debe incrementar las demostraciones de su arte.
A medida que la trama se va cerrando, se revela que el punto de vista es fundamental en El ilusionista, como lo era, por ejemplo, en Sexto sentido (The Sixth Sense, EE.UU., 1999, M. Night Shyamalan), con la que tiene más de un punto de contacto. Como aquella, es una película de guión, donde toda la construcción, todo el armado, apunta a guiar al espectador hacia unas conclusiones, sustentándose en convenciones narrativas que se establecen en el espectador a la hora de mirar. En Sexto sentido, Shyamalan conseguía el engaño haciendo que el público asumiera el punto de vista del personaje de Bruce Willis, y aceptará las elipsis narrativas que naturalmente se producen en todo relato, para después negarlas y con eso justificar el desenlace. De la misma manera, algo engañosa, Burger sustenta su artificio en miradas, puntos de vista de personajes, y convenciones del espectador. Típica trama que apunta en un sentido, para dar un luego dar un giro que desconcierta, la misma puesta en escena apuntala ideas que luego arbitrios de guión desmentirán. No es menor el defecto de hacer depender del azar la resolución de algunos hechos, y pretender hacerlo pasar por un plan inteligentemente orquestado, defecto en que caen muchas películas que quieren pasar por ingeniosas.
La trampa, para los personajes y para el espectador, se revela en el giro final. Ahí, cuando ese gran actor que es Giamatti, expresivamente demuestra que ha comprendido todo, mientras lo acompañamos en su retrospectivo viaje mental (a la Sexto sentido), y con cara casi de admiración parece celebrar el engaño que cierra perfectamente. Instantes después, la misma recapitulación nos lleva a descubrir que no todo cierra, y que a diferencia de los magos en el escenario, a este Ilusionista se le nota el truco. Tal vez pueda alegar a su favor que, a diferencia de Shyamalan, Burger avisa en todo momento que su protagonista es un ilusionista.
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