jueves, octubre 26, 2006

11-S - Cine


El jueves pasado se estrenó Las Torres Gemelas (World Trade Center, EE.UU., 2006), de Oliver Stone. En los avances que se dieron en las semanas previas, una leyenda decía "Ese día el mundo conoció la maldad". Difícil acercarse despojados de prejuicios a una película que se presenta de esta manera.

Tal vez el error es esperar cierto tipo de ideas en películas concebidas para el público norteamericano. En este caso se cuenta una historia enmarcada dentro del primer ataque sufrido en su propia tierra. De ahí parte el planteo, que presenta un lugar casi paradisíaco, poblado de buena gente, cuando el Mal hace irrupción en la forma de dos aviones que se estrellan contra las torres del World Trade Center.

Stone centra su relato en dos policías que participaron de las tareas de rescate (basado en hechos reales), que quedan atrapados en el derrumbe, heridos y aprisionados por los escombros. La película alterna momentos entre los dos hombres, encarnados por Nicolas Cage y Michael Peña, y la angustiosa espera de sus familias. Personas comunes, se sugiere, que se ven envueltas en la tragedia, por acontecimientos que les son ajenos; momentos donde aflora el heroísmo, la solidaridad. Gente inocente en definitiva, un pueblo inocente. Paraíso vulnerado, inocencia perdida, la nación ha sido atacada por algo proveniente del mundo exterior (eso que rodea a Estados Unidos, más allá de sus fronteras).

Los valores que se enaltecen bien pueden darse en una catástrofe natural. Pero no es así, de esto hay culpables, como quedará claro en más de un sentido. Ingenuamente despolitizada, claramente adhiere a las místicas ideas de Bush, el conflicto se sitúa en los ejes del Bien y del Mal. Como si el centro del ataque no fuera un símbolo, como si no hubiera historia previa, ni política, ni economía. Si hasta a uno de los policías, en esta tierra del Bien, se le aparece Jesús. Y al Mal hay que combatirlo, por supuesto, hacia el final un marine exclama la necesidad de aprontarse para la venganza.

Un caso distinto es el de Vuelo 93 (United 93, 2006, Paul Greengrass), que se adentra en el episodio del cuarto avión, el que no llegó a su objetivo. La película asume la versión aceptada, que los pasajeros se rebelaron y tomaron el avión a los secuestradores, que luego se precipitó a tierra.

En un tratamiento radicalmente diferente, el inglés Greengrass elige un elenco de figuras casi desconocidas, y evita volcar el peso en figuras protagónicas. Así, reforzado el anonimato de las víctimas, la identificación se produce no con el héroe, sino con el hombre. Incluso los terroristas reciben el mismo tratamiento, con sus caras transmitiendo todo tipo de emociones. Víctimas y victimarios, todos sienten, temen, rezan, sufren, tienen familias, afectos, historias. Las explicaciones quedan fuera, se trata de gente metida en una situación límite. En un registro que por momentos lo acerca a ciertas formas de documental, de cámara en mano urgente, con algo de puesta despojada, todo apunta a atenuar la incidencia de la ficción más convencional.

Viendo Vuelo 93 uno se pregunta lo que hubiera pasado de caer esa historia en manos de la más llana producción de Hollywood. Se imagina algo ligado al género catástrofe, con largas presentaciones de personajes y sus historias, para tener de donde aferrarse en los momentos pico de la emoción, estereotipados diálogos, efectismos varios. Para confirmarlo llega Las Torres Gemelas. Lo que a Stone le lleva varias escenas y diálogos conseguir, la emoción, Greengrass lo logra apenas centrando la atención en la inflexión de la voz de una pasajera llamando con su celular y dejando un mensaje, voz quebrada en la que se intuye toda una historia de afectos.

Y si las explicaciones quedan fuera de la película, no quedan fuera del espectador. Porque está presente la idea de que hay algo que excede a estos personajes, conflictos que los superan, un mundo complejo más allá de su vida cotidiana, pero del que son partícipes.

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