martes, marzo 06, 2007
Desde el ringside
Mientras pasan los créditos finales de Rocky Balboa, a izquierda de pantalla, a la derecha hay un cuadro en el que se van sucediendo imágenes de gente que reproduce los movimientos de Rocky, están en las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia, lugar de la conocida escena de la película. Hay personas de todas las edades, suben corriendo, saltan con los brazos en alto, hacen movimientos de box, soga, flexiones, contentos de jugar a ser Rocky. Esta participación de la gente, su público, es una clave para acercarse a esta nueva entrega de Sylvester Stallone, a treinta años de la primera.
Recuerdo haber ido a ver Rocky IV con un grupo de amigos -se veían así esas películas. A sala llena, cuando las salas eran todavía enormes. Se hablaba, se reía, se gritaba. Recuerdo ver gente de pie, gritando, vivando a Rocky mientras le hacía el aguante a la mole rusa. Con la pantalla recargando la adrenalina, la sala era como una extensión del ringside. Con una incipiente cinefilia, uno ya comenzaba a ver que la película no era tan buena como la multitud vociferante parecía pensar. Pero estaba claro que el público presente estaba ahí para otra cosa, para disfrutar de un evento.
Rocky es un ícono de la cultura del entretenimiento, que de alguna manera pertenece al público. Es una de esas películas que suelen ser homenajeadas y parodiadas. Algunas de sus escenas, como la de las escaleras, son inmediatamente reconocibles. La música de Bill Conti es también reconocible de inmediato, y es una de esas melodías que al aparecer enseguida predispone para lo que se va a ver, como acomodando el cuerpo. Poca música de películas produce al instante de oírla esa electricidad en el cuerpo, asociada indeleblemente a las imágenes y sensaciones que recordamos, como puede darse con Star Wars y alguna otra, pero no mucho más. Tal vez esté ligado a la edad en que uno ve ciertas cosas, pero también a una época pródiga en producciones, personajes y figuras del entretenimiento, una época en que, por ejemplo, se veía una de Stallone o una Schwarzenegger.
Rocky Balboa es una película plenamente consciente de su relación con el público. Como lo es Stallone del lugar que ocupa Rocky, y del que tiene él mismo dentro de la cultura popular. Al punto tal que personaje y actor/autor -Stallone dirige esta y es el autor de toda la serie- están fundidos, y la historia se refiere a ambos. El viejo boxeador, ex-campeón mundial, al que el imbatible campeón actual le da una oportunidad de pelear, parece ser el actor, en busca de una nueva figuración en las grandes producciones. Rocky contando sus anécdotas de ring a los comensales de su restaurante Adrian's, está también rememorando las viejas películas, con nostalgia los tiempos pasados. Como el boxeador, Stallone también brilló en los ochenta, y aquí agradece a su público. Sí, gran protagonista de aquella época, con esas películas que sabían llenar salas y generar expectativa, Stallone vuelve al que es "su" personaje, y Rocky Balboa se vuelve un entrañable homenaje a aquellos años, a un cine popular, un auto-homenaje de quien sabe cuál fue su lugar y un guiño cómplice al público que supo seguirlo y quererlo.
Ah, la película. Muy similar en su construcción a la primera, al boxeador por el que nadie da un peso se le presenta "la" gran oportunidad, que asume con dignidad. Elemental, llena de lugares comunes, sensiblera, busca avanzar sorteando algún bache, e incluso tiene algunas resoluciones estéticas y técnicas algo torpes. Pero claro, probablemente a la gente del ringside esto no le importe.
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