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Marvel viene estrenando regularmente las adaptaciones al cine de sus personajes, algo celebrado por sus muchos fanáticos. Con una amplia galería de dónde elegir, están los superhéroes más famosos y taquilleros, y los de segunda línea, que a veces tienen su propia revista y otras son invitados de los más importantes. A los primeros, Spiderman o X-Men, les tocan los mejores esfuerzos de producción, a los segundos lo suficiente para redondear un producto digno y entretenido, tal el caso de Ghost Rider. Por supuesto, la calidad final no depende de estos factores, aunque puedan incidir. No es menor el hecho de tener tras las cámaras a Sam Raimi y Bryan Singer, o a Mark Steven Johnson, quien ya había dirigido Daredevil y escrito la muy pobre Elektra.
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Hay algunos trámites obligados para este tipo de películas, como contar el origen del personaje, para los que no están al tanto, y también para los que sí. ¿Cuántas veces se repasa el origen de cada personaje en los comics? ¿Cuántas veces se vio el arma disparar, los padres caer, frente a los ojos aterrados del niño Bruce Wayne? ¿Cuántas la araña picar a Peter Parker? Siempre hay lugar para una nueva visita a los momentos originarios, con las variantes estéticas que puedan introducir los artistas que se dan el gusto de contarlos. A fuerza de reiterar, estas versiones no aspiran a sobresalir, a marcar algún hito, sino a seguir alimentando la rueda del entretenimiento. Es una historieta más. De esta naturaleza parecen participar películas como Ghost Rider.
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Quizás uno espera del cine algo más espectacular, la gran historia, pero el cine no está obligado a hacerlo. Con la aspiración de ser un buen entretenimiento, Ghost Rider por momentos lo consigue, aunque en otros el motorista no puede sortear los baches de los lugares comunes. Y no me refiero al consabido enfrentamiento con el o los villanos de turno, o la aparición de la chica para el ineludible romance, sino a la forma en que estos tópicos son tratados. Con clichés y resoluciones poco inspiradas, Johnson llega a caer lisa y llanamente en la torpeza, incluso técnica. Y falla en algo fundamental, cómo hacer creíbles a los personajes y sus motivaciones. Ni que hablar de ese villano con aspecto de mimo. Si bien Nicolas Cage se da el gusto de interpretar un superhéroe, poco en esta producción parece ayudarlo, y los mejores momentos se aprecian cuando aparece la calavera envuelta en llamas infernales, como si la película se impregnara de ese calor y se le insuflara el espíritu y la energía que le falta.
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