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En Spider-Man 3 redobla la apuesta, multiplicando los personajes secundarios y los villanos, y con ello los problemas para el siempre atribulado Peter Parker. Es que además de enfrentarse como Spider-Man al nuevo Goblin, a Sandman y Venom, su vida personal se complica también. Como fotógrafo periodístico, sus sutento, tiene ahora competencia. Y en su vida amorosa, la leve aparición de Gwen amenaza la estabilidad de su romance con Mary Jane. Parece demasiado y, ciertamente, por momentos lo es, ya que Raimi no consigue profundizar en todas las líneas y algún personaje queda algo desdibujado. A favor, la habilidad del director para ensamblar las piezas, y hacerlo con notorios cambios de registro, de la acción al romance, de ahí a la comedia -ver las muy graciosas escenas con J. Jonah Jameson-, de uno a otro.
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Lo más interesante tal vez sea la ambigüedad que abarca a los personajes, héroes y villanos, alejándose de la idea más convencional y pueril del género de un bien y una maldad intrínsecos a cada uno. Si en el principio de la saga la frase "un gran poder implica una gran responsabilidad" era el punto en que giraba la transformación de la vida del adolescente Peter Parker, y luego qué hacer con ese poder y esa responsabilidad, aquí se extiende el concepto, ya que los súper-poderes pueden caer de manera aleatoria a cualquiera, y el uso final que se haga de ellos puede depender de motivaciones o justificaciones más personales que de una moral superior. Así, los papeles de héroe y villano son intercambiables, incluso para Spider-Man, cuyos cambios de personalidad están más allá de la influencia del simbionte extraterrestre. Porque si aleatorios son los súper-poderes, no menos azaroso es el reaparto de virtudes y defectos que nos tocan, ni los golpes que pega la vida, y las posibilidades de enfrentarlos. De ahí que resulte conmovedor el diálogo (no damos detalles) entre Peter y Flint Marko -ya no Sandman-, que se aleja de todo maniqueísmo, y sutilmente instala la idea de una causalidad social. No es poca cosa.
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